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Perjuicio y prejuicio

El pasado mes de mayo se cumplió un año desde que la por entonces ministra de Sanidad Leire Pajín anunciara la creación de cuatro nuevas especialidades médicas. Una de ellas era la psiquiatría infanto-juvenil.

Se prometió que todas estarían aprobadas antes de que finalizara la legislatura. Pero ha pasado el tiempo y por el momento todo ha quedado en agua de borrajas. En toda la Unión Europea, Lituania y España son los dos únicos países donde no está reconocida esta especialidad.

El reportaje que abre este número de 7DM está dedicado a los trastornos mentales de los niños y los adolescentes, un problema en alza sobre el que no parece existir una suficiente concienciación social.

Cuando se anunció la creación de la especialidad, la presidenta de la Asociación Española de Psiquiatría del Niño y el Adolescente (AEPNYA), María Dolores Domínguez Santos, quiso dejar muy claro que los niños presentan una patología psiquiátrica específica. Existen trastornos mentales que únicamente se dan en la infancia –y que a veces se mantienen en la edad adulta–, pero los niños también pueden presentar enfermedades psiquiátricas comunes con los adultos, aunque con manifestaciones propias de un individuo en desarrollo, con síntomas, evolución o pronóstico distintos. En cualquier caso, como bien sabe cualquier profesional, sus enfermedades no deben ser abordadas como si fueran adultos pequeños. Necesitan una atención diferenciada y, en este sentido, una formación específica es indispensable.

Sin embargo, los profesionales que se dedican a la psiquiatría infanto-juvenil en nuestro país se han formado como mejor han podido, a base de esfuerzo individual, con sus propios recursos económicos y a costa de su propio tiempo libre. «La creación de la especialidad –explicaba la presidente de AEPNYA– implica el reconocimiento, la independencia y la formación en profundidad de profesionales», una formación basada en la idea de un tronco común de psiquiatría, de unos dos años de duración, del que partirían dos especialidades: psiquiatría general y psiquiatría infanto-juvenil. Pero como ya hemos dicho, el anuncio de hace poco más de un año sigue en el tintero sin que ningún gobernante se haya decidido a resucitar el tema.

Es una de las cosas que quedan por hacer en el ámbito de la salud mental en la infancia y la adolescencia. La falta de concienciación es otra. No hace mucho tiempo se consideraba que los niños no tenían trastornos mentales. La situación ha mejorado, pero aún no es suficiente y siguen existiendo profesionales sanitarios y educadores que minimizan su importancia.

Además, en el Informe sobre la Salud Mental de Niños y Adolescentes que citamos en el reportaje se hace énfasis en la carga de sufrimiento que conlleva la enfermedad mental, una carga que es aún más dramática si quienes la sufren son niños. El documento pone de manifiesto que el estigma y la discriminación continúan vigentes: «Cuando la enfermedad avanza y se cronifica trae consigo dos elementos denominados con términos similares, pero con distinto contenido: perjuicio y prejuicio. Al perjuicio de la salud, se añade el prejuicio sobre la persona que la sufre. El prejuicio se alimenta del desconocimiento y es en este terreno donde nace y se fortalece el estigma.» La erradicación de ese estigma a través de la lucha contra el desconocimiento es, por tanto, otra de las tareas pendientes.

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Mercè López

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