«Así como las enfermedades pediátricas fueron el gran desafío del siglo XX, los trastornos mentales de los niños y adolescentes son, sin duda, el gran desafío sanitario del siglo XXI.» Esta afirmación procede del Informe sobre la Salud Mental de Niños y Adolescentes, hecho público en 2008.
Los autores escriben que durante mucho tiempo se ha negado que los niños sufrieran trastornos mentales o se ha minimizado su importancia. «Se han considerado problemas menores que podían ser resueltos por personas sin preparación y experiencia –cita el documento–. Sin embargo la realidad es bien distinta: más de la mitad de las enfermedades mentales de la población surgen en la infancia y ya nadie duda en el mundo científico de que exista una continuidad entre los trastornos mentales infantiles y los de la vida adulta.»
Datos epidemiológicos
Silvina Guijarro, psiquiatra infanto-juvenil del Instituto Universitario Dexeus, de Barcelona, y del Hospital Mútua de Terrassa, señala que los trastornos propios de la infancia y la adolescencia son los trastornos del espectro autista, cuyos síntomas aparecen ya en los primeros meses y años de vida; el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) y los trastornos comportamentales. «Los trastornos depresivos –añade– son más propios de la adolescencia, lo mismo que los problemas derivados del abuso de sustancias y los trastornos psicóticos.» En cuanto a los más preocupantes, menciona los trastornos mentales graves, como todos los de tipo psicótico, trastornos bipolares, trastornos del espectro autista y trastorno obsesivo-compulsivo.
Según los datos que maneja la OMS, hasta un 20% de los niños y adolescentes en todo el mundo están afectados por un trastorno psiquiátrico. Dentro de ese 20%, entre un 4 y un 6% tiene un trastorno grave. En España, según el citado informe, no se han realizado estudios de epidemiología descriptiva de los trastornos mentales de niños y adolescentes en población general, y de ámbito nacional sólo existen algunas encuestas comunitarias que aportan información relevante, pero limitada a una determinada área geográfica y de la cual no se pueden obtener generalizaciones. La realizada en Valencia por Gómez-Beneyto en 1994 indica, por ejemplo, que la prevalencia global de trastornos mentales en la infancia y la adolescencia es del 21,7%.
En cuanto a trastornos concretos, se estima que el autismo clásico afecta a 5 de cada 10.000 personas, tasa que aumenta si se incluyen los trastornos del espectro autista, llegando a afectar a una de cada 700-1.000 personas. El TDAH varía en función de los criterios diagnósticos aplicados en cada país, aunque la OMS calcula que lo presenta entre el 3 y el 7% de los niños.
La prevalencia global de la depresión se sitúa en el 2% en niños prepúberes y en el 4% en adolescentes, cifras consistentes con las obtenidas en distintos estudios realizados en nuestro país: 1,8% en niños de 9 años, 2-3% en adolescentes de 13 y 14 años y 3-4% en jóvenes de 18 años.
Los trastornos de conducta, incluyendo el trastorno negativista desafiante y el trastorno disocial, alcanzan globalmente una prevalencia del 16-22% entre los niños en edad escolar. Son problemas que aunque pueden aparecer a los 3 años, lo normal es que se presenten a partir de los 8. Según los expertos, los niños con trastornos del comportamiento habitualmente presentan niveles altos de desatención, hiperactividad e impulsividad. La importancia de la influencia cultural y un ambiente familiar desfavorable son factores de riesgo para el desarrollo del trastorno negativista desafiante.
Un problema creciente lo constituyen los trastornos alimentarios. La anorexia nerviosa ha aumentado en el mundo occidental y afecta a alrededor del 1% de las chicas adolescentes, con complicaciones médicas que pueden causar la muerte en el 6-7% de los casos. Asimismo, la bulimia tiene una prevalencia del 1-3% en chicas y ocasiona la muerte en el 0,3%. Los estudios de seguimiento a los 10 años indican que la mitad de las pacientes están completamente recuperadas, y un 20% mantiene el diagnóstico de bulimia nerviosa.
Por lo que atañe al abuso de sustancias, el consumo de alcohol está ampliamente extendido entre los adolescentes españoles. Según la Encuesta Escolar sobre Alcohol y Drogas en España 2010-2011, el 58,8% de los adolescentes de 14 a 18 años admite haberse emborrachado por lo menos una vez y el 63,3% ha consumido bebidas alcohólicas en el último mes. El consumo de drogas ilegales también es frecuente. Datos del Plan Nacional sobre Drogas de 2008 muestran que el 35,2% de los chicos y chicas de 14 a 18 años había probado alguna vez el cannabis y que más del 20% lo había consumido en el último mes. La cocaína la había probado el 5,1%, tranquilizantes o pastillas para dormir el 17,3%, éxtasis el 2,7%, anfetaminas el 3,6%, alucinógenos el 4,1% y heroína el 0,9%.
Repercusiones en la edad adulta
Silvina Guijarro subraya que «un 50% de los trastornos mentales crónicos de los adultos presentan los primeros síntomas durante la infancia y la adolescencia. En el trastorno bipolar, por ejemplo, un 30% de los casos presentan síntomas en esas etapas de la vida. En el trastorno depresivo de inicio en la infancia y la adolescencia un 10% de los casos tiende a la cronicidad, y si se inicia en la adolescencia y no ha sido tratado existe riesgo de un nuevo episodio en la edad adulta en casi el 50% de los casos».
El citado informe indica que no existe ninguna duda respecto a la gravedad y serias consecuencias que tienen estos trastornos cuando no se tratan. La ausencia de diagnóstico y tratamiento de los problemas de salud mental de los niños y adolescentes condiciona seriamente su futuro, disminuye sus oportunidades educativas, vocacionales y profesionales, supone un coste muy alto para las familias y una carga para la sociedad. «No hay que olvidar –dicen los autores– que estos trastornos pueden prevenirse, otros tratarse y curarse, y una gran mayoría de pacientes puede llevar una vida satisfactoria.»
Por lo tanto, tienen enormes repercusiones en el desarrollo emocional e intelectual de los niños, en el aprendizaje escolar, en la adaptación social y en el descubrimiento de la vida. «Minan la imagen personal y la autoestima de los jóvenes, la estabilidad y economía de las familias, y son una carga para toda la sociedad –añade el documento–. Promover la salud mental de los niños, prevenir, diagnosticar y tratar correctamente los trastornos mentales, es no solo un acto de justicia social sino una medida de ahorro y buena gestión económica.»
El ejemplo del TDAH
José Ángel Alda, jefe de Sección de Psiquiatría del Hospital Sant Joan de Déu, de Barcelona, pone como ejemplo que en torno a un 70% de los niños diagnosticados de TDAH siguen manteniendo los síntomas en la adolescencia y, de estos, un 50% sigue con síntomas en la edad adulta. «Que presenten síntomas no significa que necesiten medicación –comenta–, pero sí que tengan ciertas dificultades que con tratamiento psicológico y medicación pueden solucionarse. Los niños con TDAH pueden desarrollar una vida normal con medicación y tratamiento psicológico. No podemos curar la enfermedad, pero sí disminuir los síntomas de una manera importante, sobre todo la hiperactividad y la impulsividad.»
Respecto a las repercusiones futuras que puede tener este trastorno si no es detectado y tratado adecuadamente, Alda destaca que los pacientes «son más propensos a abandonar los estudios, a alcanzar un nivel escolar inferior a lo que sería normal. También son más propensos a accidentes de todo tipo –fracturas, cortes, puntos de sutura–. Cuando son más mayores y conducen, suelen tener más accidentes, son más transgresores con las normas de circulación, les ponen más multas por exceso de velocidad... Al existir la tendencia a abandonar antes los estudios, es frecuente que alcancen un nivel laboral inferior al que les correspondería por su inteligencia. En cuanto a abuso de sustancias –drogas, alcohol, tabaco–, son consumidores más precoces y es más difícil que se mantengan abstinentes, dado que no ven el peligro. En el caso de las chicas, son más frecuentes los embarazos no deseados y las enfermedades de transmisión sexual. Y cuando son adultos, también son más habituales las separaciones familiares».
Papel de los pediatras
El diagnóstico del TDAH es clínico, recuerda Alda. «Hoy por hoy no disponemos de ningún tipo de prueba de neuroimagen o genética que nos proporcione el diagnóstico de TDAH. Se están llevando a cabo muchas investigaciones en busca de marcadores biológicos, pero actualmente no son fiables para aplicar en la clínica. Por lo tanto, diagnosticar el trastorno se basa en ver al niño, hablar con la familia, obtener información de la escuela y de las actividades complementarias que desarrolle, así como utilizar una serie de cuestionarios.»
En este contexto, el papel del pediatra es clave: «Deben preguntar cómo se comporta el niño en casa, en el colegio, si se mueve mucho, si se despista, si no atiende, si no se concentra, cuál es su rendimiento escolar... Ante esos síntomas de alarma, si el pediatra se ve capacitado para manejarlo puede seguir haciendo el diagnóstico y, si no, puede derivarlo a la atención especializada.»
De hecho, es evidente que el pediatra es un figura fundamental ante cualquier tipo de trastorno psiquiátrico infantil, «porque es a quien los padres acuden más frecuentemente», recuerda Silvina Guijarro. «Hacen revisiones y tienen buen contacto con la familia, por lo que pueden ayudar mucho a la hora de detectar algún problema y aconsejar a los padres a solicitar una valoración específica, tanto psicológica como psiquiátrica».
Además, a juicio de esta especialista, los pediatras «cada vez están mejor formados, tienen más interés en los trastornos mentales, en cómo se manifiestan a diferentes edades de la vida y cada vez piden más ayuda y aconsejan a los padres».
Necesidad de concienciación
Sin embargo, José Ángel Alda se queja de que el TDAH ni siquiera es reconocido como trastorno real por algunos profesionales sanitarios y educativos. Con él coincide Silvina Guijarro: «Por desgracia, es cierto. Hay profesionales de la salud y la enseñanza que consideran que el TDAH no es un trastorno biológico. A veces lo atribuyen a problemas de tipo familiar o educativo, pero los estudios han demostrado que es uno de los trastornos biológicos del neurodesarrollo más frecuentes y es uno de los que más se ha estudiado».
La prevalencia en la población general se sitúa entre el 3 y el 7%, lo que significa que en una clase de 30 alumnos entre uno y tres niños presentan TDAH, un trastorno que cada vez está más en boca de todos y que hay quien considera sobrediagnosticado. «En algunos sitios puede darse un sobrediagnóstico y en otros un infradiagnóstico –apunta José Ángel Alda–. Estudios publicados indican que hay niños y adolescentes con TDAH no diagnosticados ni tratados, mientras que otros sin TDAH reciben una medicación que no deberían tomar. Lo que intentamos mediante la formación es que esas situaciones disminuyan, queremos que los profesionales sepan diagnosticar este trastorno con precisión y que conozcan sus comorbilidades. Pero en general, hoy por hoy, en España no se puede hablar de sobrediagnóstico porque no llegamos a diagnosticar a ese 3-7% de afectados que cifra la OMS».
En el informe sobre la salud mental de la población infantil y adolescente española se pone de manifiesto que la promoción de la salud de los niños y los jóvenes requiere la estrecha colaboración de los servicios sanitarios, educativos, sociales y judiciales, así como de los padres y la población en general. «Es fundamental, por tanto, la información y sensibilización de la población en este campo», señala. No obstante, Silvina Guijarro piensa que falta mucho por hacer, especialmente en el ámbito de la educación. «No creo que sea por falta de interés de los profesionales sino a veces por falta de herramientas o de conocimientos. Cuando se hacen cursos específicos para profesores y otros profesionales vemos cómo aumenta la detección, tanto en pediatría y atención primaria como en las escuelas. Por lo tanto, creo que están motivados, pero les faltan herramientas, conocimientos y tiempo. Las consultas al médico son cortas y en los colegios hay demasiados niños por aula, lo cual dificulta evaluar bien cuál es el problema de cada niño».
El alumno con TDAH
Esta guía práctica para educadores de la Fundación ADANA, publicada por Ediciones Mayo, tiene como fin ayudar a maestros y profesores que tienen en sus aulas a niños o adolescentes con trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH).
Los profesionales de la enseñanza, preocupados por ofrecer una mejor educación, se preguntan a menudo cómo tienen que actuar o a quién han de acudir ante estos casos. Con esta guía de la Fundación ADANA, escrita por psicólogos y pedagogos y patrocinada por Janssen, se pretende ofrecer estrategias a los profesionales de la educación para que esta preocupación se convierta en motivación para enseñar y pasar de la «pre-ocupación» a la «ocupación», es decir, al manejo positivo y constructivo de los niños que presentan problemas de comportamiento como el trastorno por déficit de atención, con o sin hiperactividad.
El hecho de que esta guía haya alcanzado su cuarta edición y que se hayan impreso más de 100.000 ejemplares revela claramente el interés de numerosos educadores, profesionales clínicos, padres y centros educativos por comprender qué pasa en el niño con TDAH, para así poder ayudarle.